Tras la aparición del cinematógrafo, los artistas y los ilustradores pronto quedaron fascinados por la posibilidad de sintetizar movimiento. Enseguida comprendieron que, si entendían cómo se descomponía el movimiento, lo que podrían proyectar ante los ojos de los espectadores podría ser algo no registrado en el mundo real. Podrían mover imágenes recreadas o mover objetos inanimados.

Así, durante mucho tiempo se ha considerado a la animación como un lenguaje idóneo para la fantasía y la creación de mundos imaginarios pero que no sirve para contar hechos objetivos, de verdad. Sin embargo, a pesar de que tradicionalmente se ha preferido la fotografía y el material de archivo para los documentales, ahora sabemos que la animación puede acercarse a la realidad con una expresividad y una fuerza que otras técnicas no tienen. Y es que la veracidad en el relato animado no está en la imagen.